Un personaje vagabundo que vivía bajo las duras tapas de un libro de mala reputación, me llamó a su vieja rústica mesa de madera despintada, y me dijo lo siguiente:
_ Nunca le creas a él, siempre miente. No sabe la diferencia entre un mono y un papel. No entiende para qué sirve un tenedor, si para cortar el pasto o para remar un barco. No sabe cuál es la A y cual es la O, no sabe qué es sueño ni qué realidad.
Volteó a contestarse:
_ ¡Mentira! Viejo sucio y arrugado. No le creas a él que frustrado rendido y acabado, inventa historias para salir de su desierto mental. Yo sé mucho más de lo que él podría mencionar, ni siquiera: pronunciar ¿Te parece acaso que no sepa la diferencia entre una A y una O? ¿Tendré que repasar mis vocales? No caigan en la trampa de éste resentido personaje perdido sin propósito de ser... Y escúchenme a mí
_ ¡Descarado! ¿Viejo y arrugado yo? Vean como miente... Lo que mi metafóricamente lunático bipolar amigo hermano o enemigo quiere hacer con vos, es volverte loco. Es meterte en su mundo en el que las naves espaciales sobrevuelan dinosaurios y las oraciones dan vueltas y vueltas y vueltas... Dónde nada tiene el sentido que debería, ni sus propiedades ni sus propósitos.
_ Desde que comenzaste a hablar escribir o cantar, interrumpiendo la vida normal de un individuo común de la realidad, me desacreditaste. Hiciste de mis palabras lo que quisiste y negaste hasta mi existencia haciendo de mi pensar un chiste. Yo sólo siempre quiero y quise enviar un mensaje de sabiduría que me contó algún ser supremo, que nunca nadie se interesó en recibir. Estoy gritándole a los sordos y hablando en señas con los ciegos. Estoy a la deriva, cansado enojado olvidado y desperdiciado. Al igual que él, sin razón de ser. Pero mi mensaje no miente, y vos bien lo sabés. Decís que miento antes aún de que lo intente.
Voltea su cabeza con más fuerza:
_ ¡Insoportable! ¡Esto es insoportable! Que vida la mía, destinado a ser compañero de éste extraño personaje de viejo vagabundo hablando locuras en el medio de las hojas de un libro polvoriento y desarmado en el último estante de la biblioteca de la persona menos pensada. Años y años en éste mismo lugar, sin poder hablar con nadie, sin exponer nuestras ideas... Discutiendo entre nosotros lo que vivimos en las cien páginas anteriores y algunas más. Representando a los mas grandes y experimentados sabios de la vida, frontales y misteriosos personajes de la literatura primeriza e insegura nacidos de una idea en el tintero.
Gira ahora su cabeza lenta y rápidamente de un lado al otro. Titubea, su cuello tambalea. Sus ojos miran a la derecha a la izquierda y luego para el cielo. Sus barbas finas largas y semi canosas, voladas por la velocidad de los giros, se posan en un hombro luego en el otro saltan y vuelven. Su expresión cambiaba por segundo: contento, desesperado, tranquilo, temeroso, feliz, decepcionado, cansado, calmo y/o... Agotado.
_ Respiremos hondo: inhalemos, exhalemos... Calma, tranquilidad, paz. Éste torbellino de discusión, y cualquier otro de éstos, no tiene sentido. Es eso lo que no tiene propósito. La verdad es muy simple, muy clara. Somos un personaje de un libro. Habiendo vivido todo lo que vivimos y perdurado hasta el final, claro que tenemos un mensaje que enviar. Estamos prácticamente diseñados para hablar, para gritar, para pelear por la atención y hacer lo que sea necesario para que el mensaje sobrepase estas tapas duras y llegue al corazón de un extraño.
_ Relájense, recuerden la respiración. Siéntanse cómodos, siéntanse libres. Olviden todo lo que ustedes creen son problemas. Olviden los horarios, y ya que están, las horas también. Olviden la pelea de recién, el grito de aquél, y el maldito arancel. Silencien las bocinas de los autos, las alarmas despertador, la sirena de la ambulancia... ¿Quieren escuchar la verdad?
_ ¿Querés escuchar el mensaje?
_ ¿Te interesa?
Me dijo, me dijeron. Entonces tomé cuidadosamente el libro, soplé con cariño el polvo que cubría su vieja tapa dura, y me senté. Decorada en tela de un azul marino gastado y letras brillantes coloradas, titulaba: LO QUE EL POLVO TAPÓ